miércoles, 28 de mayo de 2008

Hemiciclo de Gallinas

La semana pasada tuve el privilegio de entrar en el Congreso de los Diputados estando en “pleno” Pleno. Y, hoy por hoy, no sé si el privilegio fue afortunado o desgraciado.
No iba nerviosa, me sentía bien, segura, una chica con suerte. Nadie sale de su casa con dirección al Congreso todos los días. Sólo ellos, los afortunados y, ahora sí, ellos sí son afortunados por estar donde están.

Después de pasar el primer control efectivo puesto que no me dejaban la entrada al Palacio por ser día de Pleno, alguien se acercó diciendo mi nombre y con gratitud hizo referencia a mi puntualidad. ¡Cómo llegar tarde a una cosa así! Aunque cuando salí de regreso a mis vástagos aposentos, me di cuenta que nadie hubiese notado que yo hubiese llegado cinco minutos tarde. Sólo lo hubiese notado yo, ya que nadie hubiese salido en mi busca. ¡Cómo no! utilicé el transporte público, intentando seguir al presidente de Cantabria, pero a un estudiante no le “da” ni para bajar la bandera al taxista por lo que tuve que optar por el Metro, por sentir a la ciudadanía antes de entrar en su reino...

Mi “visita” al Congreso fue, por una parte, por “motivos de trabajo” y, por otra, estrechamente relacionada con la anterior, porque teniendo esa oportunidad no podía desaprovecharla. En fin, entré al Palacio después de pasar el segundo control de vigilancia y pegarme en un sitio visible mi pegatina de movimiento libre en el recinto (de tela, no vayan ustedes a creer, allí saben la importancia de la tala excesiva de árboles).

Caminé, acompañada de una chica un tanto despistada pero que debía de ser muy inteligente y muy trabajadora. Sabía lo imprescindible de mí sin casi yo habérselo contado a ella sino a su jefe cuando hablé por teléfono, cosa de lo que casi él ni recordaba. En lo de despistada me refiero porque llevaba muy pocos días trabajando para ese Gabinete, nada más. He de agradecerla que me enseñase la sala Mariana Pineda, lugar donde se reúnen los ministros para la toma de decisiones importantes. Luego, cuando conocí el resto, me cercioré que debía ser y es una chica con paciencia, mucha paciencia…

Caminábamos por alfombras mullidas, donde parecía que andabas sobre nieve blanca, no sé si por la notable escasez de ésta lo que la convertía en algo de mucho valor, o por el suplicio de tener que pisar duramente para no caerte ante el grosor que presentaba. Me di cuenta y, de hecho pregunté sobre ello, que allí en verano debían de utilizar un sistema de aire acondicionado lo suficiente poderoso como para congestionar el aire de la zona sólo con su utilización. Esa nube de contaminación que recubre el cielo de Madrid, iba cobrando explicación.
A los laterales dejabas, al paso, las salas donde se agrupaban numerosos periodistas, conocedores de todo aquel sistema, ansiosos porque “un día de estos” se diga algo relevante respecto a la crisis económica que el país está atravesando y no poemas que parecen elogiar al antiguo y detestable plan económico de décadas pasadas.

En el despacho del Gabinete, sentada y hablando de trabajo, el jefe tomaba notas a lápiz ilegibles por el resto de seres humanos en un minúsculo papel. Después procedimos a conocer el Congreso, como nadie lo conoce, un privilegio como digo, porque ni las visitas de excursiones logran tal cosa.
Entramos en el Hemiciclo, intentando disimular que no éramos nadie allí sentados. Y creo que nadie se dio cuenta que no éramos nadie.

El Hemiciclo…

De ahí aprendí que con el botellón ilegalizado en toda España (aunque algunos lugares se resisten por la presión de los grupos-lobbies-), ese era un buen lugar para plantearse uno. La gente daba voces, nadie se escuchaba, con manos ocupadas mandando sms, llamadas telefónicas, pensamientos en la nada… lo que les digo, un buen lugar para hacer botellón. Además, que con la seguridad que existe en el recinto, todos tan bien vestidos como en la época de Alfonso X, no habría problemas de descomposición de la Cámara. Por lo que como no escuchaba nada a la señora que hablaba por el micro debido a las contundentes voces, paseos y corrillos contando anécdotas, intenté divisar si, por algún casual, los disparos del 23-F estaban sellados, todavía, en el techo magnifico de la sala, cosa que desconocía y sigo sin conocer.
Indignada. Esa es la palabra perfecta que sentí al ver todo aquel corral lleno de gallos y gallinas y, algún que otro, pato. Sabía de antemano, antes de entrar allí, que todo esto ocurría pero, entonces, lo que sentía serían algunas gotas de impotencia política, lejanas.
Ya sé que hay actos de atender, comemoraciones que dar o recibir, funerales a los que asistir pero no entiendo como personas que tienen el poder económico y social de España en sus manos, se sientan en sus escaños porque seguramente esa noche regañaron con su pareja y prefirieron despejarse antes que pasar la noche o el día en el sofá. La tele es aburrida sólo cuenta los aterrantes problemas de que los españoles que ,verdaderamente necesitaban un hogar donde vivir hace 5 años, no pueden pagar su hipoteca, donde el pluriempleo ya no es una opción sino un hecho, personas que conocen y sienten el Euribor que fluctúa al alza en las Bolsas Europeas aunque no sepan descifrar ni de lejos a que se refieren los “sabidos” cuando hablamos de Producto Interior Bruto. El resto, los que ni estaban, supongo que tendrán una relación fantástica con su pareja.
Quizás a la nueva ministra de Defensa (que admiro profundamente, por ser mujer, ser como es y estar donde está) los 2500 euros por niño nacido que el gobierno emite a la pareja podría re-utilizarlo, como ha sido mamá (y la felicito), con sus compañeros de Hemiciclo para financiarse, todos ellos, un curso de civismo y de respeto al ciudadano que le votó en las benditas y tan ideales urnas llenas de propuestas que parecen cuentos de hadas.

Luego, algunos en la puerta, donde todos fuman y ríen a carcajada y donde la prensa me miraba como “no conocida”, se quejan de que alguien esa tarde había querido entrar al Congreso en vaqueros y eso supone una vergüenza para la Institución que representa al país. “La Moda”, es verdad, que está de moda. Es mucho más importante ocuparse de eso que intentar subir el salario mínimo interprofesional, intentar manejar la crisis inmobiliaria no sólo desde el lado del promotor o constructor sino del sufridor, de intentar regalar el pan (que hasta con las cartillas de racionamiento esto era gratuito), de lograr una mayor partida en becas al estudio, de fomentar la investigación médica, de castigar el “terrorismo” doméstico…

Un día conmovedor.

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