sábado, 9 de febrero de 2008

Ciudad de gentes

Hace ya cuatro años que marche de allí. De Talavera. Mi ciudad, la que me vio nacer, crecer y marcharme. Hoy pensando mucho en ella me decido escribirla. Me interrumpe una llamada de teléfono. Es alguien de allí, importante para mí. Es madrugada y se ha acordado de mí y no se ha resistido a llamarme. Así se vive y así se siente Talavera, por este tipo de gente. Cuelgo el teléfono y mi texto seguro que comenzará a fluir con una sonrisa esbozada y alguna que otra lágrima escondida entre la almohada.

Hoy, siendo una fría noche de invierno cegada por tanto papel universitario y melosa por la añoranza de los míos, la recuerdo como si estuviese tan lejos lejos... Sintiendo que ya, como mucho, sólo arrancarás alguna que otra visita fugaz.
Me pongo a pensar que en estos cuatro años que marché a Madrid pensando que esta sería mi gran ciudad, y no es mentira, pero percibo con gotas de sentimentalismo que es imposible no mirar hacia atrás y no recorrerte un sentimiento de tristeza y a la vez patriotismo por la ciudad que te vio nacer, crecer, jugar, enamorarte, llorar, caer, levantarte, caer y volverte a levantar.

Miro por la ventana oscura de mi nueva habitación en la "gran manzana española" y, ahora mismo, sólo recuerdo grandes momentos de mi infancia y mi adorada juventud entre aquellas calles. Las que ven mis ojos desde aquí, para mí en este instante, no tienen trazado. Las que están allí, están dibujadas en mi mente para siempre, no sus calles si no los momentos en ellas. Su gente, mi gente, sus fiestas, sus aires, sus calles, sus bancos de charla, su noches de magia…

Talavera de la Reina. Hoy por hoy, intento nombrarla sin comerme ni una sola consonante o vocal. Porque, además, sus letras trasmiten una alegría incomparable a cualquier otro nombre de ciudad española y, dejarme aflorar esta cursileria. Porque no hay nada que me llene de más orgullo que recordar que es “Talavera de la Reina” mi ciudad.

Pienso que mi vida empieza ahora aquí, lejos de aquello, que no volveré más y, a pesar de todo lo bueno que he conseguido, me entristezco. Que sólo veré Talavera desde la ventana de un coche, que no saborearé más nunca esos paseos por la Ronda Sur, como cuando antes pasábamos largas noches de verano y, no tan verano, a la orilla del río intentando cavilar la mejor forma de escapar, el futuro que nos depararía en nuestro nuevos destinos y las puertas que se nos abrirían al salir de allí. Nunca sin pensar las que se llegarían a cerrar.

Una cuidad con color, con sabor, con encanto, cariñosa, amable, volcada en su pueblo. Donde todos intentamos convivir en una armonía impecable, donde se puede percibir con sus ferias y sus aires. Donde todo se hace para todos. Donde cada día crece con riguroso rigor. Donde cada día nacen niños que volverán a jugar entre las verjas de mi colegio y donde sentirán la misma sensación que yo hace cuatro años. Y que sentirán también la de ahora.

Talavera de la Reina es una ciudad grande por su gente, por mi gente. Porque no sé como va a ser a partir de ahora, pero yo hablo enfundada en el pasado y eso la avala con diferencia.

Nada más preciado que un buen paseo por el Prado. Visitar a tu Virgen, que por muy poco devota que seas, te sigue emocionando y ayudando. Su Colegial donde cada vez que entres seguirás teniendo esa sensación fría y misteriosa. Su plaza del Pan donde cada vez que pases de largo seguirás percibiendo que es algo no muy allá de un paisaje vanguardista. “Ciudad de la Cerámica” por excelencia donde, en realidad, nadie tiene de ella.
Recuerdas todos esos momentos, de la mano de los nuevos, paseando en Navidad por sus murallas sintiendo con frío las tradiciones hogareñas de los paisanos. Te emocionarás porque nunca podrás volver a visitar el Prado, como lo hacía antes, ansiosa por saber si ya estaban puestas las casetas de la feria. Tu guardería, tu colegio, tu instituto, tu barrio, tus amigos de la infancia, tus vecinos, tu tienda de golosinas, el banco de los primeros besos, el parque de tus primeros encuentros…Y siempre pasearás en silencio, callada, observando. Pensarán que no quieres hablar y lo único que sientes es que es lo único que te queda ya: recordarlo todo en silencio un año tras otro para no olvidarlo jamás.

Ciudad con mágicas aventuras, donde cada domingo tras la ventana del tren piensas que la vuelves a fallar. Donde a pesar de tu desplante te vuelve a acoger una y otra vez. Vas en el tren con gente de toda clase. Una vez con una francesa y otra sevillana. Habían marchado de Talavera hace 40 y 12 años respectivamente. Y allí volvían porque su corazón se partía si no lo hacían de vez en cuando. Sólo me queda pensar si a mí me pasará lo mismo. Y sólo quiero dejar claro, que no creo que vuelva, pero que siempre va conmigo porque yo soy también una parte de aquello y no soy nada sin ello.
Por eso no puedo olvidarla. He crecido y he dado mis primeros pasos allí. He sentido el jugueteo de patear sus calles a pie de punta a punta. Y he sentido y sentiré que mi corazón, es decir mi familia y mis amigos, siempre seguirán allí. Un lazo invisible imposible de cortar con el diamante más preciado.

Quiero seguir para siempre abriendo mi ventana y sentir esa sensación fresca de una noche de Mayo… Irrepetible y única experiencia. Todo talaverano sabe de sobra que esa sensación nos pertenece solo a nosotros. Nadie es y será capaz de percibirla igual.


Sigue así de preciosa y radiante, sigue así de acogedora y vivaz. Y al igual que yo, nunca olvides lo que pasó por mucho que vaya a pasar.

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